El supremacista tecnológico
Peter Thiel es quizás el más discreto de los ultramillonarios de Silicon Valley que quieren gobernar el mundo. Pero eso no quiere decir que carezca de la ambición
«Un anillo para gobernarlos a todos»
J. R. R. Tolkien, El Señor de los Anillos
Uno. Elon Musk pretende colonizar Marte para instalarse en ese planeta, un lugar mítico donde imagina construir un mundo a la altura de su deseo. Peter Thiel es aún más audaz: tiene el mismo plan, pero su intención es realizarlo en la Tierra.
Thiel ocupa la escena pública con bastante discreción si se lo compara con Musk o con Jeff Bezos, que para su casamiento no repara en cerrar Venecia como si fuera Posta 36 o Mar-a-Lago. Salvo obligadas apariciones, como su exposición en la convención republicana de 2016, es muy raro verle. Es el único magnate de Silicon Valley que no asistió a la investidura de Trump y en la película La red social, de David Fincher, el personaje de Thiel aparece 40 segundos, los necesarios para aportar el medio millón de dólares que puso en marcha a Facebook. Justamente esta inversión ofrece un punto de mira para observar que hay detrás de Thiel.

René Girard fue un pensador francés que desarrolló la teoría mimética, que postula que los deseos humanos no son innatos sino que se forman a partir de la imitación de los demás. Girard, en sus estudios literarios, plantea que el protagonista de Rojo y Negro de Stendhal, el joven provinciano Julien Sorel, desea a Madame de Rênal -la esposa de su burgués empleador- porque ansía ese lugar social y anhela poseer todo lo que es del Otro. Dice Girard: «Cuando el amante posa su pie en las escaleras, sus últimos pensamientos van dirigidos a los maridos, a los padres y a los novios, es decir, a los rivales; nunca a la mujer que le aguarda en el balcón». Para Girad aquello que moviliza al sujeto es la competencia con otro para obtener el objeto que desea: deseamos lo que desea el otro, le imitamos, lo cual nos lleva al enfrentamiento.
Thiel conoce a Girard en Stanford y se suma a su grupo de estudio. Cuando años después se cruza con Mark Zuckerberg, quien le pide apoyo económico, Thiel atiende el hecho de que Facebook comenzó como Facemash en Harvard y que permitía a los estudiantes comparar sus fotos y elegir. Es decir, desear y expresarlo con un “me gusta”, entrando en una competición. El modelo le pareció un ejercicio práctico de la teoría de Girard. Hoy es propietario del diez por ciento de la firma tecnológica.
Dos. Girard llegó a Estados Unidos en los años cincuenta y fue profesor en la Universidad de Stanford hasta su jubilación. Allí Thiel toma contacto con él. Si bien Girard fue una figura del estructuralismo, en 1966 organizó una conferencia en la Universidad John Hopkins a la que invitó a Michel Foucault, Jacques Lacan y Claude Lévi-Strauss. El cuarto invitado hizo historia. Era un joven argelino que cuestionó los supuestos básicos del estructuralismo y propuso la deconstrucción para deshacer las distinciones binarias (como lo crudo y lo cocido) para revelar las fuerzas sociales que las sustentaban. Girard siempre festejó como una broma que él, junto a sus compañeros, presentando a Jacques Derrida, habían dejado entrar la plaga a Estados Unidos. A muchos pensadores conservadores no les hace ninguna gracia; consideran que Derrida es la fuente de todos los males de la sociedad moderna.
Lo cierto es que a Thiel nunca le ha interesado de dónde provenía el pensamiento de Girard sino, al contrario, hacia donde le permitiría proyectar el suyo. Después del atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, René Girard dijo en una entrevista en Le Monde que «Lo que todavía necesitamos en la era posterior al 11-S es una ideología más razonable y renovada del liberalismo y el progreso». Thiel no lo ve así.
En 2004 Thiel dio una conferencia ampliamente difundida y que sigue siendo el eje de su narrativa, El Momento Straussiano, en la que sostiene que los ideales liberales de la Ilustración —tanto el racionalismo como los derechos individuales y una economía consecuente con esos valores– son insuficientes para hacer frente a los peligros que plantean los adversarios impulsados por ideologías como la musulmana. Para Thiel el 11-S revela la debilidad del liberalismo para enfrentar arrebatos primarios de violencia motivados por principios religiosos.
Siguiendo al filósofo clasista Leo Strauss, quien sostenía que la modernidad y la Ilustración erosionaron los mitos fundacionales que unificaban las sociedades, Thiel ve un camino de regreso a un estado original, una vuelta a un liderazgo grandioso y sin restricciones. Es por eso que plantea un encuadre político que funcione al margen de los controles y equilibrios de la democracia representativa; un marco excepcional controlado por una vanguardia elitista que opere en la sombra, sin el lastre de la supervisión democrática.
Girard se espantaría. Su teoría describía la conducta de individuos que se imitan unos a otros al competir por los mismos objetos o estatus, lo cual deriva en conflictos. Para restablecer el orden, las sociedades han recurrido históricamente al chivo expiatorio, transfiriendo la agresión colectiva a una víctima inocente; Cristo, por ejemplo. Este acto une temporalmente a la comunidad, pero perpetúa ciclos de violencia ocultos por mitos que retratan al chivo expiatorio como merecedor del castigo. Las guerras son consecuencia de este mecanismo, pero jamás Girard plantea el fin de la política como solución final. Al contrario, advierte del peligro de su ausencia.
Thiel, a la inversa, ve en este escenario la oportunidad para desarrollar el supremacismo tecnológico.
Tres. Peter Thiel nace en 1967 en Alemania, en el lado bueno del Muro, y rápidamente comienza un periplo que le hará pasar por muchos colegios. Según cuenta en su biografía no autorizada el periodista Max Chafkin, The Contrarian, en todos fue un alumno notable, siendo repetidas veces campeón de ajedrez infantil. Sus padres eran conservadores, religiosos, anticomunistas y republicanos. En Namibia, entonces un territorio que dependía de Sudáfrica bajo el régimen del apartheid, donde su padre trabajó como ingeniero de minas, Thiel tomó contacto con esa realidad siendo niño, viviendo en una reserva de población blanca, donde las comodidades y los servicios contrastaban con los de los trabajadores negros que estaban bajo las órdenes de su padre, hacinados en las inmediaciones de la mina, sin atención sanitaria y en un régimen de clara explotación. Años más tarde, en Stanford, Thiel se mostraría defensor del apartheid, fundamentando su criterio en el alto desarrollo de Sudáfrica en comparación de los demás países africanos.
En aquellos años, el pequeño Thiel era fanático de la serie de dibujos animados Los Supersónicos y de Star Trek. Lo curioso es que aún hoy, el adulto Thiel, en una entrevista con Wall Street Journal, se lamenta sobre el actual estancamiento cultural y lo atribuye, literalmente, a la ausencia de futuros utópicos como los que se exponían en aquellas series. Considera que la ciencia ficción contemporánea no funciona. ¿Habrá visto Black Mirror?
En aquel tiempo comenzó a leer El señor de los anillos de Tolkien, su obra de cabecera, y Chafkin asegura que la ha memorizado. O, más apropiado, que Thiel sostiene haber alcanzado ese logro olímpico con su memoria. No son pocos los testimonios de su inteligencia prodigiosa, de haber sufrido bullying de manera permanente en el colegio y de no ser aceptado por sus compañeros en el campus universitario. Claro que allí, desde un primer momento, asumió el rol que lleva por título la biografía de Chafkin: un ser contrario a todo lo establecido, alguien que, al ser excluido por el entorno, se opone a él y se prepara para luchar contra todos.
No es un contrincante menor. Al pertenecer a una familia acomodada y no necesitar el dinero, por el simple goce de su superioridad intelectual, se ofrecía –con el riesgo que implicaba ser expulsado de la universidad– para escribir las pruebas de acceso de sus compañeros por 500 dólares. Asumió rápidamente el rol de un intelectual hiperagresivo y, en su desdén por los progresistas y la izquierda, fundó la revista conservadora The Stanford Review, donde ya entonces fustigaba los planteos a favor de la diversidad siendo gay. Claro que entonces lo vivía en secreto. Llegó a publicar su primer libro en aquel tiempo, un panfleto titulado El mito de la diversidad: multiculturalismo e intolerancia política en los campus. La proclama es diáfana.
La revista digital Gawker publicó en 2007 que era homosexual y Thiel comenzó una cacería que le costó diez millones de dólares, financiando de manera secreta el juicio que el luchador profesional Hulk Hogan le inició al medio por publicar un video sexual que acabó ganando, lo cual provocó el cierre de la revista al verse obligados los editores a pagar 115 millones de dólares. Ante este desenlace, Thiel hizo público su rol en el pleito y declama en voz alta, cada vez que sale el tema, que es su gran contribución filantrópica. En Fox, durante mucho tiempo, lo presentaban como el tipo “que mató a Gawker”.
El mismo año en que ganó el juicio, ante la convención republicana que proclamó al candidato Donald Trump leyó esta carta de presentación: “Cada estadounidense posee una identidad única. Yo estoy orgulloso de ser gay. Estoy orgulloso de ser republicano. Pero, sobre todo, estoy orgulloso de ser estadounidense”.
Cuatro. Todo quien quiere emprender en algún momento se sienta a leer De cero a uno: cómo construir el futuro, de Peter Thiel. Si no consigue, siguiendo los consejos del autor, levantar una start up, uno puede convertirse en libertario. La filosofía empresarial de Thiel sostiene que el crecimiento es un movimiento vertical y no horizontal. Thiel explica que un emprendedor que agarra una máquina de escribir y fabrica cien, ejecuta un movimiento horizontal. En cambio, si a partir de esa máquina se crea una computadora, el paso es vertical. Su concepción libertaria del mundo opera de igual modo. Con los principios liberales (votos, derecho, progreso) el proceso es transversal; con el criterio libertario, disruptor, se crece verticalmente: sin restricciones, siempre en ascenso.
Esto pensaba exactamente Thiel al crear su primera empresa después de estar en una consultoría financiera donde confiesa haber “pasado el período más infeliz” de toda mi vida que duró “siete meses y tres días”. Después de ese trance que registra la biografía de Chafkin, trabajó una temporada en Credit Suisse donde aprendió las bases de la inversión de capital de riesgo y sumó conocimiento y fuerza para crear PayPal, el primer servicio de pagos online al margen de los bancos. Cualquier inversor vería en el proyecto un negocio sideral, pero para Thiel sólo era un punto de partida. En una entrevista anticipó: si esta plataforma despega impedirá a los gobiernos regular la economía y provocará la erosión del Estado. Libertad.
El paso previo a PayPal, lo dio con Max Levchin, un criptógrafo de 23 años que llegó a Palo Alto con lo puesto y entró a una clase para dormir un rato porque no tenía dónde hacerlo. El profesor era Thiel y Levchin no pudo cerrar los ojos un solo momento. Montaron juntos Confinity, una especie de monedero digital para almacenar datos en una PDA, las viejas computadoras de bolsillo. No funcionó. Es entonces cuando le dan la vuelta y crean un sistema de pago por correo electrónico. Era 1999 y nacía PayPal.
En esos días, Elon Musk, según cuenta Walter Isaacson en su biografía, se encontraba desarrollando el primer banco online, X.com (X como Twitter, como sus cohetes, como su hijo; X de porno, como dijo un inversor). Confinity de Thiel no solo era cliente; sus oficinas eran vecinas, con lo cual enseguida surgió la necesidad de conocerse. Al restaurante donde tuvo lugar la reunión Thiel fue en el auto conducido por Musk, un flamante McLaren. “¿Qué es capaz de hacer este coche?”, preguntó Thiel. “Fijate”, propuso Musk. Pisó a fondo el acelerador y en la primera curva el eje trasero se rompió, el coche dio vueltas, chocó contra un terraplén y voló por el aire. Musk salió indemne y se quedó esperando a la grúa. Thiel, también, pero no se quedó con Musk; hizo dedo y se fue a la reunión solo. El milagro para Thiel fue que salió ileso sin tener puesto el cinturón de seguridad. Todo un libertario.
Finalmente se produjo la fusión con mayoría de Musk bajo el nombre de PayPal en marzo de 2000, primavera boreal. En septiembre, comienzo del otoño en el hemisferio norte, las cosas en la sociedad ya no funcionaban nada bien. El desencuentro entre Levchin, el hombre de Thiel en PayPal, y Musk era total. En esos días, Musk se fue de luna de miel a Australia, con lo cual, Thiel, Levchin y un tercer socio, Luke Nosek, dieron un golpe de estado que triunfó con el apoyo de otros socios. Thiel ocupó el cargo que ostentaba Musk antes de subir al avión ignorando las turbulencias que se producían en tierra.
Musk perdonó a Thiel: entendió que es mucho mejor tenerlo de amigo que de enemigo: «Esto demuestra el poder y el estatus de Thiel», escribe Chafkin, «Es la única persona en el mundo que se me ocurre capaz de apuñalar a Musk por la espalda y vivir para contarlo». Este golpe es la piedra fundacional de lo que se conoce como “PayPal Mafia”, un sistema de networking con enlace a todos los estamentos del Silicon Valley y el poder de Washington. En su número de noviembre de 2007, la revista Fortune dedica un amplio reportaje a este grupo integrado por Thiel, Chafkin, Nosek y una docena más de emprendedores que en su día formaron el equipo de PayPal y luego su carrera los llevó a fundar o formar parte de la dirección de Linkedin, Palantir, Affrim, Slide, Kiva, YouTube, Yelp y Yammer, entre otras compañías. La imagen central del reportaje, a doble página, muestra al grupo sentado en varias mesas de un bar, en una escenografía reconocible en las películas de Scorsese o en cualquier capítulo de Los Soprano, en la que la docena de amigos mira a cámara y en un lugar central, el sitio reservado para el padrino, lo ocupa Thiel. Si alguien piensa que el símil los puede intimidar o cohibir solo tiene que mirar la fotografía.
El análisis del grupo que hace Chafkin lo sitúa en dos dimensiones. Una es la de las conexiones: cualquier tecnología del Silicon Valley, sea la que sea, está conectada de algún modo con este grupo de inversores. Lo compara con el juego de los seis grados de Kevin Bacon: cualquier película de Hollywood está a solo seis pasos de distancia del actor. Aquí, el juego, es con empresas. La otra dimensión es aún más intimidatoria. PayPal se creó de forma agresiva, se gastaron una fortuna en conseguir usuarios por la vía más veloz y el éxito residió en no seguir ninguna de las reglas a las que se someten los bancos. Este es el modelo PayPal que se convirtió en estándar en Silicon Valley y que se exporta urbi et orbe. Un modelo libertario. Siguiendo con los seis pasos, ¿a cuántos están de Trump o de Milei?
Cinco. Peter Thiel comenta con orgullo que ha leído al menos diez veces la saga El señor de los anillos. ¿Por qué esta fascinación? No son pocos los políticos de extrema derecha que reivindican la obra de J. R. R. Tolkien, ya que en ella encuentran la puesta en escena de un pasado medieval, previo al modernismo, en el que hay jerarquías de autoridad y clase, asumiendo la diversidad con límites ortodoxos (no es lo mismo un orco que un hobbit). Así lo entiende, por ejemplo, la primera ministra italiana Georgia Meloni, que encuentra en esta saga las raíces de su pensamiento político. Desde joven participó en encuentros juveniles donde el mundo de El señor de los anillos se lee desde una visión medieval, luchando contra los enemigos, un espejo en el que ver a Italia contra la globalización, la Unión Europa y la inmigración.
Vigo Mortensen, intérprete de Aragorn, uno de los personajes de la saga, envió una carta al correo de los lectores de El País, para quejarse por el uso que el partido español Vox de extrema derecha hizo de su imagen en una publicidad política: "Es (...) ridículo que se utilice el personaje de Aragorn, un estadista políglota que aboga por el conocimiento y la inclusión de las diversas razas, costumbres y lenguas de la Tierra Media, para legitimar a un grupo político antiinmigrante, antifeminista e islamófobo".
El capitalista de riesgo Marc Andreessen, quien reunió fondos junto a Thiel y Musk para la campaña de Donald Trump, publicó en 2023 un “manifiesto del tecno optimismo” que describe al emprendedor tecnológico como un héroe que explora territorios nuevos, conquista dragones y “trae a casa el botín para nuestra comunidad”.
Thiel asume como propio este mapa mitológico, al punto que le ha puesto a dos de sus empresas nombres extraídos de la saga: Palantir, una compañía de análisis de datos para la defensa que toma su nombre de una “piedra de la visión” de El señor de los anillos y Anduril, una empresa de inteligencia artificial aplicada al campo militar que hace referencia a la espada de Aragorn.
Palantir nace ante un impulso de Thiel tras el atentado del 11 de septiembre al sentirse, según apunta Mark Chafkin, “consumido por la amenaza del terrorismo islámico” y escéptico “respecto a la inmigración y todas las demás formas de globalización”. Se financia con recursos que Thiel obtiene de la venta de PayPal. Este software, en un principio destinado a identificar redes delictivas y a blanqueadores de capital, ¿cómo no iba a identificar a los terroristas?
Hoy Palantir es una mega compañía de espionaje que trabaja con la CIA y los estados federales, a quienes ayuda a vigilar a sus ciudadanos . Durante todos estos años ha hecho contratos con la mayoría de los estamentos de seguridad de los Estados Unidos, incluida la propia CIA, el FBI y la NSA. Aunque no aparece mencionado en ninguna biografía, un ensayo suyo o en una entrevista, cuesta creer que Thiel no haya leído a Orwell.
La relatora especial de Naciones Unidas para los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados, Francesca Albanese, presentó un informe al Consejo de Derechos Humanos de la ONU donde señala la profunda participación de empresas de todo el mundo en el apoyo a Israel en la ofensiva contra Gaza. Palantir, según informa The Guardian en su edición digital del 3 de julio de este año, es especialmente criticada en el informe de Albanese por su estrecha colaboración con las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), con las que la compañía acordó una alianza estratégica para apoyar sus “misiones relacionadas con la guerra”. Palantir negó, obviamente, cualquier participación en los programas Lavender o Gospel de las fuerzas israelíes para la identificación de objetivos en Gaza.
Peter Thiel está cada vez más cerca de conseguir el anillo para gobernar a todos los habitantes de la Tierra Media.
Seis. La mano que mece el sistema a través de Thiel es la de J. D. Vance. Un perfil agudo que Thiel sumó a sus huestes para el combate por la gran transformación en la que se encuentra enrolado. También es un intelectual de mirada perspicaz que se desplazó desde una posición progresista hasta blandir el escudo de la cruzada de Donald Trump, de quien es nada menos que su vicepresidente. Pasó de escribir una novela interesante -Hilbilly, una elegía rural, llevada al cine por Ron Howard- a construir las narrativas más extravagantes: por ejemplo, la que divulgó el candidato Trump sobre los inmigrantes haitianos que se comían a sus mascotas.
Vance, estudiante de Yale, seguidor de la filosofía de Girard y sólido escritor, reconoció sin tapujos ante un periodista: «Si tengo que inventar historias para que los medios de comunicación estadounidenses presten atención al sufrimiento del pueblo estadounidense, entonces eso es lo que voy a hacer». Esta confesión subraya su disposición a propagar falsedades para obtener beneficios políticos, participando directamente en el mecanismo de búsqueda de chivos expiatorios, como señalaba Girard.
¿Thiel cooptó a Vance? Se conocieron en Yale y, rápidamente, Vance se sintió atraído por el magnate tecnológico y su planteo filosófico. Es a través del sistema de Girard que Vance que se convierte al catolicismo, además de converger en la visión de que los jóvenes tienen que crear de manera vertical, disruptiva y no competir absurdamente por un lugar en la línea de montaje de Silicon Valley. No está de más recordar que Thiel incentiva a los jóvenes con ayudas económicas para que abandonen la universidad y se sumerjan en su propio emprendimiento. Con su talento y la ayuda económica de Thiel, Vance fue elegido senador por Ohio y, dos años después, vicepresidente de los Estados Unidos.

Otro emprendedor destacado, el argentino Martín Varsavsky, escribió en su cuenta de X que había conocido a Vance en una cena en la casa de Thiel, antes de ser candidato a la vicepresidencia. El augurio que le dedica es contenido, pero nada tibio: “Vance identificó un vacío en el mercado (el estadounidense blanco abandonado e incomprendido), creó un producto (su autobiografía), construyó una marca personal en torno a él y lo ha escalado a los niveles más altos del gobierno. Al igual que en la tecnología, la pregunta ahora es: ¿puede cumplir con las expectativas? Estaremos observando de cerca. Después de todo, en las start ups y en la política, el ascenso es solo el comienzo”.
Es fascinante como Varsavsky reduce a Vance a un producto de la mercadotecnia, estableciendo lo que es obvio: la política ha desaparecido y su lugar está ocupado por empresarios (Trump, Thiel, Musk, Vance) que convierten al Estado en una gran compañía. Queda aún por definir la forma (el fondo se vislumbra) de la postdemocracia o la dictadura corporativa, como la llama Curtis Yarvin, el pensador orgánico del proyecto de Thiel, figura central de la llamada “Ilustración oscura”.
Siete. No es fácil escribir una coda de este perfil. Una razón posible es que forma parte de una historia colectiva que vibra en un arco de tensión aún en su propio movimiento. La izquierda parece no tener respuestas para condicionar la expansión de este modelo autoritario –más cercano de lo que los tecnócratas desearían al modelo chino, que les causa tantos desvelos– pero la falta de un marco progresista no es razón para apoyar el ascenso del aparato libertario. La izquierda viene del largo entierro del hombre nuevo para terminar cautiva, como un chivo expiatorio, del mismo modo que lo es “el estadounidense blanco abandonado” que menciona Varsavsky, esbozando la parábola perfecta del neoliberalismo: haber dejado en la zanja a una amplia franja de la población para ofrecerle ahora el rescate mediante un neoautoritarismo.
El supremacismo tecnológico tiene su base en Silicon Valley y a buena parte de sus tycoons preparados para gobernar el mundo. La operación de Thiel al colocar a J. D. Vance junto al presidente es una maniobra oportuna que arroja luz sobre la “ilustración oscura” de Yarvin. En una nota en Clarín titulada “Una revolución contra la modernidad”, el ensayista y profesor de la UBA Alejandro Katz definía al proyecto de Milei, diferenciándolo de un marco conservador tradicional o un movimiento pragmático y racionalista de derecha. Katz lo identificó como “un movimiento reaccionario, contrario a la vez a los contenidos normativos que heredamos de la Ilustración y a la dinámica de la modernidad, a cuya racionalidad atribuye la responsabilidad de la destrucción del libre mercado por medio de la planificación económica realizada por las autoridades políticas”. Es decir, la abolición del contrato social que vincula a las democracias liberales destruyendo la igualdad, los derechos y, por esa vía, la democracia y el sufragio universal.
Este es parte del ideario que se discute en los think tanks que promueve Peter Thiel y muchos de los magnates del Silicon Valley que lo acompañan: la democracia del mundo tal y como la conocemos en el campo occidental. Mientras Musk mira al espacio exterior, Thiel mantiene sus pies en la Tierra, por lo que promueve y financia la colonización marina, plataformas construidas en aguas internacionales para crear ciudades flotantes. Está volcado, como muchos de sus pares, al transhumanismo y abraza de manera firme convicciones religiosas confiando con bastante entrega en la trascendencia cristiana. Pero al final del día, su planteo más radical es la desregulación total y la desaparición del Estado. A partir de estos objetivos se perfila el sistema que imagina el supremacismo tecnológico.
Se han destruido nuestros puentes entre nuestro hoy y nuestro ayer, escribió Stephen Zweig en El mundo de ayer y da, con desgana, la razón a Sigmund Freud cuando decía que la cultura y la civilización que habitaban era una capa muy fina que podía ser perforada. Ese es el momento de tensión que estamos viviendo: la utopía de un grupo mesiánico podría ser posible, convirtiendo nuestro presente en distopía.