Taylor Swift, el espejo de la generación global
La dimensión emocional, política y económica de una de las artistas más influyentes de nuestra era
J'ai bien peur qu'il me plaise [Tengo miedo de que me guste]
Françoise Hardy
Uno. ¿Por qué Taylor? Es como preguntar por qué el pop. Un género que, en el caso de Taylor Swift, es utilizado para contar historias, sus historias. Es decir: autoficción. Ese relato se convierte en colectivo; aunque en una de sus canciones dice que no mirará el espejo, ella se convierte en el de su generación. Y además trasciende esa generación, como ocurre con el presidiario que ha escrito sobre sus canciones en el New Yorker confesando que silenció mucho tiempo lo que supo desde que la escuchó por vez primera: el inmenso talento que posee.
Todas las vidas que ha vivido Taylor -nombre que sus padres le pusieron en homenaje a James Taylor- se van abriendo en las canciones de cada uno de sus discos, sus “eras”, en las que el imaginario femenino se ve reflejado. Pero, como todo imaginario esencial (el de Françoise Hardy, el de David Bowie o el de Ray Davies), atraviesa las paredes de los órdenes y las clasificaciones.
Mariana Enríquez escribió que Taylor Swift es una romántica intoxicada que no lo oculta: lo exhibe y lo grita. Al final ella no cuenta otra cosa que algo que les pase a todos: el desamor. Pero no son baladas de autoayuda sentimental. Son canciones como la luz blanca de la heladera que te lava la cara en medio de la noche, el cuchillo del sol saludando a la resaca o el lado frío de la almohada.
Hay una cosmética de pastelería, el kitsch brillante que encandila la mirada y un contorno blando de merengue en los conciertos, es verdad. Pero esa es la primera impresión para los que llegan de otras galaxias etarias. Allí, debajo de esa inmensa marquesina de show global, está la piel, la carne, el rumor de la respiración agitada, el temblor de la sangre golpeando debajo del pensamiento que brota en la música de una chica que no busca provocar. Solo pretende estimular.
Dos. La última “era” divulgada como tal en el ámbito de la música popular fue la de Acuario, lanzada en el musical Hair, que en Argentina interpretó Valeria Lynch, con Fontova y Rubén Rada, y de la que hasta Raphael grabó una versión en su día. Taylor Swift llama “era” a cada uno de sus álbumes porque condensan un momento de su vida, tomando “era” como un ciclo o una fase temporal reducida a unos pocos años. Y esa etapa se corresponde con el mismo ciclo vital de una audiencia global de millones de swifties.
Swift tiene 35 años y su primera era data de 2006. Es decir, contaba con solo 17 años, aunque pisaba escenarios desde niña como una revelación del country. En aquel álbum inicial canta Our song, uno de sus clásicos. Lo interpretó de manera acústica en la gira The Eras Show Tour del año pasado, quizás para ayudar a que brote melancolía de un pasado que, cronológicamente, solo está detrás de una puerta que cerró no hace tanto pero que, en el reloj emocional, suena a eso, a otra era: Our song is the slamming screen door / Sneakin' out late, tapping on your window / When we're on the phone and you talk real slow / 'Cause it's late and your mama don't know. [Nuestra canción son los portazos / Las salidas a escondidas, los golpes en tu ventana / Cuando estamos en el teléfono y hablas muy bajo / Porque es tarde y tu mamá no lo sabe.]
“Mi comunidad de fans y yo crecemos juntos. A mí me pasa algo, hago un disco sobre ello, se publica y... a veces coincide con lo que les pasa a ellos. Es como si leyesen mi diario”, dice Taylor en el documental Miss Americana [Netflix].
Taylor Swfit es la chica de al lado, la que miraba Hanna Montana muy lejos de Madonna, que quemaba cruces y tomaba el sexo como eje de su narrativa. Los cruces con el sexo explícito de Taylor han sido invasivos, a través de la inteligencia artificial, generando imágenes sexualmente explícitas subidas a la red X. Si bien la mayoría de su público es coetáneo, la historia de su vida volcada en canciones atraviesa a una amplia diversidad, como sucedía con el público de Madonna. Se parecen sólo en eso.
Tres. Joe García tiene más de cincuenta años y lleva dos décadas en prisión por cometer un asesinato. En 2009, cuando lo condenaron a cadena perpetua, escuchó por primera vez alguna canción de Swift. “No le dije a nadie que pensaba que tenía talento”, escribe. Unos años después lo cambian de cárcel. “Tumbado en la litera de arriba, escuchaba los ronquidos de mi compañero de celda y esperaba a que volviera a sonar We Are Never Ever Getting Back Together. Cuando lo hacía, pensaba en la mujer con la que había vivido siete años antes de la prisión. Recordaba los momentos agridulces en que mi novia me había visitado en la cárcel del condado. Nos mirábamos a través del cristal de seguridad reforzado con alambre. No me parecía justo hacerla esperar y le dije que se merecía un compañero que pudiera estar con ella”.
García comenzó a escribir en la cárcel, a publicar sus artículos en Prison Journalist Proyect y luego colaboró con The Washington Post y The New Yorker, revista en la que publicó Escuchar a Taylor Swift en la cárcel en septiembre de 2023, cuando aguardaba que la Junta de Audiencias de Libertad Condicional de California le concediera la excarcelación. En ese momento, escribe: “Taylor Swift tiene actualmente los mismos años que yo cuando me detuvieron [33]. Me pregunto si su música habría resonado en mí cuando tenía su edad. Me pregunto, también, si habría reaccionado a las palabras I'm the problem, it's me [El problema soy yo.]. Los suyos deben de ser problemas de champán comparados con los míos, pero sigo viéndome reflejado en ellos”.
Cuatro. Taylor Swift fue elegida el personaje de 2023 por la revista Time, siendo la primera artista pop en ocupar ese lugar. Ni Madonna, ni Bob Dylan, ni ningún otro músico. En casi un siglo de elegir anualmente a la persona más destacada han llegado a celebrar a la computadora como “máquina del año” en 1982 o al usuario anónimo de internet en 2006, pero jamás a un artista. A esta altura en el que la revista ha quedado reducida a una referencia de la que sólo da cuenta de su existencia el ecosistema de medios, es Swift quien elige a la revista y no viceversa. Aunque fue la primera figura artística elegida como persona del año por la publicación, ya había estado allí en 2017 como parte del colectivo Me too. Ese año la revista, bajo el título The silence breakers [Las que rompieron el silencio], dio voz a un grupo de mujeres de diferentes etnias, clases sociales y ocupaciones que denunciaron el acoso sexual y pusieron en marcha un movimiento, razón por la cual fueron elegidas personajes del año.
En 2015, mientras posaba en un photocall flanqueada por el locutor y DJ de radio David Mueller y la novia de este, Muller le agarró la nalga por debajo de la pollera a Taylor mientras los fotógrafos tomaban imágenes. Tardó dos años en denunciarlo y, cuando lo hizo, Muller la demandó por una cifra millonaria; ella interpuso otra demanda por un dólar, cifra que aún el locutor no ha abonado a pesar de haber perdido el juicio. “Creo que el acto de desobediencia es simbólico en sí mismo”, dijo la cantante en la entrevista de Time. En el documental Miss Americana se pregunta qué es lo que ocurre en aquellos casos en los que solo existe el testimonio de la persona que ha sufrido una violación y no, como en el suyo, en el que además de la fotografía hay otros siete testigos.
Taylor no ha hecho ninguna canción sobre este trauma salvo una mención en un concierto -un año después del juicio- y un guiño en el videoclip de You need to calm down, una canción contra la homofobia: se ve un billete de un dólar en una bañera de diamantes en la que aparece el rostro de la cantante. De todos modos, la declaración de Swift en el tribunal dibujó un perfil claro de su personalidad.
Como la heroína de una película clásica de drama judicial, en el estrado enfrentó al abogado de Muller para increparlo: «No voy a permitir de ninguna manera que usted o su cliente me hagan sentir que esto es culpa mía. Me están culpando de los desafortunados acontecimientos de su vida que son producto de sus decisiones. No de las mías». Entre la audiencia femenina global y ella hay otra consigna que fluye más allá de la autoficción de su obra, compartida por las partes, y que no está escrita en ningún lugar, pero habita el imaginario colectivo: “Yo sí te creo, hermana”.
Cinco. Hay dos relatos de Taylor Swift que funcionan como satélites del axial que es el emocional y que habita el planeta swiftie. Uno es económico, con alguna derivada moral, y el otro político, no exento de cierto activismo. Todo esto, dicho sea de paso, dejando las playas del reality show lejos, como el enfrentamiento con el rapero Kanye West y su exmujer Kim Kardashian. Swift no solo metabolizó aquel despropósito, sino que lo convirtió en material creativo alimentando la autoficción.
El pliegue moral sobre las reglas del mercado aparece cuando su antigua compañía Big Machine Records le arrebata los derechos de parte de su discografía al venderlos al productor Scooter Braun. Taylor aceptó las leyes del sistema pero optó por una vía inédita en la industria musical. Volvió a reversionar uno a uno cada álbum, literalmente los clonó y los puso en circulación bajo el rótulo Taylor’s Version, superando con creces las ventas de sus ediciones originales. Cuando John Lennon dijo que el cristianismo estaba en decadencia y que los Beatles eran más famosos que Cristo, en varias ciudades de Estados Unidos se quemaron miles de sus discos. Ringo Starr lo valoró positivamente: “En unos años los exaltados volverán a comprar cada uno de los álbumes sacrificados”. Llevaba razón, pero la facturación les llegó sin mover un dedo.
Hace unas semanas finalmente ha podido hacerse con la propiedad de sus grabaciones originales. Según Billboard, la cantante compró sus grabaciones por una cifra similar a la que pagó su último titular, Shamrock Capital. Pero, desde entonces, Taylor devaluó ese fondo con las regrabaciones a través de las cuales el público más joven conoció su obra inicial. Ahora todo está en su poder.
Si bien la resiliencia forma parte del capital simbólico de Taylor Swift ante circunstancias muy adversas, no quita que la cuantía de beneficios que genera lleva a que se publiquen noticias suyas en las páginas de los medios económicos como si fuera una multinacional más. Se calcula que la gira The Eras Show Tour inyectó unos 5.000 millones de dólares a la economía de Estados Unidos y, de momento, Forbes la considera la quinta mujer más poderosa del mundo. Pero la prensa económica no solo la cita para hacer números. El año pasado, The Economist se preguntaba si las giras de Taylor Swift –el análisis también alcanzaba, en menor medida, a Beyoncé– generaban inflación. Tomaba como ejemplo la media docena de conciertos programados en Singapur, cuya población es de 5,6 millones de habitantes y la revista calculaba una audiencia a los shows proporcional al 6% de la población, con la consecuente estrangulación de la oferta hotelera y una subida de precios que acaban traducidos en inflación. Aún hoy, detrás de la arquitectura financiera de la gran empresa musical que es Swift, está su padre Scott, exvicepresidente de Merril Lynch, una de las grandes bancas de inversión global. Por otra parte, su madre Andrea fue directora de marketing de una agencia de publicidad y responsable de la imagen de Taylor en los primeros años de carrera. Si bien su talento es inabarcable y la entrega de Taylor es total -ya que la comparación económica con los Beatles y sus logros es permanente-, tampoco hay que olvidar que pasaron bastantes años hasta que los Fab four se cruzaran con Brian Epstein y Georges Martin, después de abandonar los márgenes de Liverpool, rodar por Hamburgo y finalmente, encausar su capital creativo. Ella contó con ese apoyo desde la cuna.
Seis. De todos modos, la mancha de Taylor Swift es totalizadora ya que, dejadas atrás las páginas de cultura y economía, también la encontramos en la sección política. Una de las secuencias de mayor tensión en Miss Americana es la discusión que mantiene con su equipo de trabajo –the organization, le llama ella– para hacer público su apoyo al candidato demócrata de Tennessee para el Senado en las elecciones de medio término de 2018. Demás está decir que la prensa conservadora la atacó sin miramientos, pero Donald Trump entonces fue cauto: “Ahora me gusta un 25% menos”. Los asesores republicanos del candidato fueron con sumo cuidado y temiendo aquello que finalmente acabó sucediendo: su apoyo a la candidatura de Kamala Harris. El episodio de acoso del que fue víctima cambió radicalmente y para siempre su vínculo con la política: “No puedo apoyar a una candidata [republicana] que vota contra la violencia de género, el acoso sexual, la homosexualidad; piensan hoy igual que en los años cincuenta”, dijo refiriéndose a la elección en Tennessee. De ahí en más su opción siempre ha sido la misma.
El single Only the young lo escribió durante aquellas elecciones, pero lo publicó en 2020, año en el que ganó Joe Biden. Lo cuenta en Miss Americana, donde reflexiona sobre los resultados negativos de aquella elección en Tennesse pero, dice convencida, que «en dos años se incorporarán tres o cuatro millones de personas ahora menores de 18 años en condición de votar». Ahí está la canción: They aren't gonna help us / Too busy helping themselves / They aren't gonna change this / We gotta do it ourselves. [Ellos no nos van a ayudar / Están demasiado ocupados salvándose a sí mismos / Ellos no van cambiar esto / Tenemos que hacerlo nosotros.]
Siete. El lingüista y analista político George Lakoff concibe dos marcos para separar las narrativas conservadoras de las progresistas. El espacio de la derecha es un campo en el que prima la propiedad, la disciplina y la jerarquía como consecuencia del mérito. La familia es una entidad vertical en la que el principio de autoridad ordena la convivencia. Cuando Lakoff esboza el marco progresista, señala el principio del bien común, la diversidad, la dignidad humana y la libertad, desarrollado todo a partir de una estructura base que es la familia y descrita como un núcleo horizontal en el que se experimentan inicialmente todos estos principios. ¿Cómo ubicar a Taylor Swift en este cuadro? La cantante se inicia en el country, una expresión musical que expresa un mundo tradicional y conservador. Pertenece a una familia de clase media alta con actividades vinculadas al mercado financiero y la publicidad, y su formación estuvo focalizada en un instituto privado de orientación cristiana. Poco encaja su perfil con el marco de la izquierda, donde aparecen, empezando por la diversidad, todos los principios que se muestran en sus canciones y en sus posiciones públicas.
¿No estamos ante una figura que expresa el patchwork en el que se han convertido los bloques políticos, en los que conviven liberales, ecologistas y progresistas, entre otras fuerzas? La presidenta de la Unión Europea, la conservadora Ursula von der Leyen, ha sido reelegida con votos provenientes de algunas de esas corrientes. Taylor Swift es producto de su tiempo y la obra que crea, también.
Ocho. No hay otra artista que haya llevado tan lejos la autoficción en el espacio de la música popular. Ningún otro artista ha conseguido compartir una narrativa con una audiencia global. Se diría que es el relato de una generación global que se mira en el espejo de Taylor y se encuentra a sí misma. Una audiencia que se escapa por los bordes de ese nicho etario y que alcanza a personas como Joe García, quien la escucha desde la cárcel: “I’ll stare directly at the Sun, but never in the mirror [Miraré fijamente al sol, pero nunca al espejo] canta Swift, y pienso en los espejos de plástico de tres por cinco pulgadas que hay dentro [en la cárcel]. Durante años, ahí fuera, me vi como el antihéroe de mi propia y deformada auto-narrativa. ¿Quiero verme con claridad?”.
Flaubert narraba el penar de Madame Bovary, una lectora impenitente de folletines. La audiencia swifie escucha con fervor cada una de las entregas de una cantautora que narra su vida que no es otra que la de ellas.