Modo Avión | Canario embalsamado
Otra edición de este newsletter que pretende advertir el peligro inminente aunque casi nadie quiera escuchar
1 Ya los ví por lo menos tres veces. Sobre el paredón de carteles que hay en la primera cuadra de una de las avenidas principales de Rosario, entre la verdulería y las casas viejas de la esquina, en la vereda oeste, unos pibes instalan una barbería a cielo abierto. Cuelgan un espejo sobre los soportes de publicidad en la vía pública con afiches viejos, ponen una silla, dos aros de luces portátiles de plástico comprados en bazares de productos chinos y una mesita con las herramientas de corte amontonadas. Hacen su trabajo ahí a la tardecita, aprovechando que ya no hace tanto frío. Los autos pasan indiferentes, nadie les presta demasiada atención. No me animé a sacarles una foto para no molestar esa intimidad que logran en ese espacio urbano, en el mejor sentido de la palabra apropiación.
2 Me da la sensación de que hacen lo suyo sin perturbarse y sin que nadie los perturbe porque -seamos sinceros- no hay nada que nos sorprenda hoy en día. Empecé a pensar en escribir sobre nuestra creciente incapacidad para el asombro cuando leí la noticia del gendarme uberizado. Resulta que un intento de robo en la madrugada del 21 de septiembre pasado terminó con dos personas heridas de bala en la zona de Cabin 9. Unos pasajeros intentaron robarle a un sargento primero de Gendarmería, de 45 años, que en su tiempo libre trabaja como chofer de la aplicación Uber porque no le alcanza con su sueldo para llegar a fin de mes. Más allá de la dinámica de los hechos o de la resolución del caso como un acto en defensa propia, a prácticamente nadie le llamó la atención que un integrante de la fuerza de seguridad que se despliega en una de las zonas más conflictivas del país tenga que complementar su salario trabajando en una aplicación que en Rosario, además, no está habilitada para funcionar.
3 En enero de 1993, en un viaje de mochilero por el sur argentino, escuché por primera vez la idea de un individuo que se posicionaba más allá de los límites del carajo. Cuando tus actos o tus dichos eran tan extremos, estas acciones te ubicaban unos metros -inclusive kilómetros- más allá de la frontera de la superficie ocupada por el carajo. Para entender el concepto tuvimos que dibujar este croquis que aquí se reproduce, como documento histórico,

4 La sensación que tengo hoy es que entre ese nosotros y el individuo más allá del carajo del croquis anterior ya no existe la línea divisoria, el límite o la frontera. Solo hay personas que eligen ir más allá, hacia el infinito, para llamar la atención. Inclusive no hay papel que pueda contener en una escala adecuada al universo de gente que dice o hace cosas en la carrera alocada hacia los confines de la carajez. ¿Se acuerdan de los canarios en las minas de carbón? Hasta bastante avanzado el siglo XX, los mineros llevaban a las profundidades de las minas una jaulita con un canario, ave más sensible a gases tóxicos que el humano. Si el pájaro se desmayaba había que rajar de ahí porque te podías intoxicar o, inclusive, ser víctima de una explosión espontánea. La expresión inglesa “canary in the coal mine”, con el tiempo, pasó a referirse a una persona o situación que se convierte en una advertencia, en una alerta temprana contra algún peligro determinado. Hoy no hay nada ni nadie que pueda cumplir esa función en la sociedad. Es como si hubiésemos embalsamado al canario en la jaulita para que no rompa las pelotas cantando o desmayándose por cualquier cosa.
5 Me cuesta mucho, en este contexto, aportar algo al discurso público sobre el triple crimen de Florencio Varela. Sobre todo porque un integrante de Iceberg, Germán de los Santos, ya hizo un intento bastante digno por cumplir ese devaluado rol de canario en la mina de carbón, publicando un texto el 29 de septiembre pasado en La Nación. “La exposición del triple homicidio, transmitido por redes sociales, excede el terror que irradia en el entorno de las víctimas y en la zona: es un mensaje que va más arriba, hacia sus rivales e, incluso, hacia la policía y el poder político. Es una cara terrible del conurbano, que cada tanto ajusta cuentas con víctimas, en muchos casos, vulnerables. Los narcos no se enfrentan entre ellos ni con la policía para exhibir su poder: siembran cadáveres y, como en este caso, con tres chicas asesinadas de manera cruel”, advierte Germán. Más adelante señala: “Si la víctima es mujer, esa crueldad es mayor, como lo advierte un informe de la Procuraduría de Narcocriminalidad (Procunar) de 2022”. Si se toman el trabajo de leer el resto del texto es probable que les pase desapercibido el gran valor que tiene: en medio del griterío que provocó este crimen aberrante, Germán habla solamente de lo que sabe en base a años de cubrir las consecuencias del narcotráfico en la Argentina. Es un gesto sencillo, que seguramente pasará sin pena ni gloria. El debate público seguirá seguramente por otro lado, enfrentando a personas empecinadas en que algo no puede ser más de una cosa a la vez. Prefieren definir los hechos con una sola palabra -una certeza que se acomoda a su sistema de ideas- antes que pensar en un cóctel letal preparado por el sistema que contiene partes no mensurables de femicidio, mensaje narco, desigualdad extrema, explotación, capitalismo salvaje, ausencia del estado, alienación digital y una lista infinita de etcéteras.
6 Hay un ruido de fondo en nuestras cabezas al que la humanidad todavía no se pudo adaptar. Es producido por las interfaces digitales con las que interactuamos diariamente. Si todavía, después de miles de años de evolución, seguimos con problemas para que el cuerpo asimile ciertos cereales, imagínense lo que falta para acostumbrarnos a subidones de cortisol y sobreestímulos cerebrales casi continuos provocados por una pantallita con lucecitas y sonidos. ¿Alguna vez estuvieron en un bar mal acustizado, en una tornería, en un boliche o en una obra en construcción? Entonces saben que el ruido tiene dos efectos:
- Te agota físicamente como si hubieses realizado un esfuerzo tremendo.
- Te hace gritar para que te escuchen.
Convivir 24/7 con el ruido mental nos deja exhaustos para pensar/accionar y solo escuchamos a quienes gritan. Y nos hacemos escuchar gritando. Está difícil la cosa para los que preferimos hablar despacio.
7 Pienso que somos más los que necesitamos algún tipo de acuerdo limítrofe con el carajo, que el canario esté vivo y se desmaye cuando el ambiente está tóxico, que se pueda resetear la capacidad de sorprendernos habitualmente y que no haya que irse a la mierda para capturar la atención del prójimo en medio del barullo. De hecho, se estima que solo un 20 por ciento de la sociedad es la que participa del debate polarizado social y político. El tema es que ese griterío provoca un ruido que no solo los afecta a ellos, sino al 80 por ciento restante. Me gusta lo que dice el experto en comunicación, publicitario y ocasional colaborador de Iceberg, Carlos Bayala, en este video publicado hace poco.
Habla del concepto de “voz chica” y dura 20 minutos. Yo les enchufé el video a mis alumnos de Investigación Periodística en la UCA Rosario y logré que no miraran los celulares y las notebooks durante más de la mitad del tiempo. Inclusive uno que estaba editando un video dejó de hacerlo para prestar atención (bah, capaz que terminó de editarlo, pero elijo creer). Bayala tira puntas de como comunicar sin gritar ni irse al carajo en medio del ruido digital: la voz personal vale, aunque sean pocos los que escuchen; no solo hay que respaldarse con datos y fuentes, sino que esos datos y fuentes deben ser elegidos con sumo cuidado. Además, insiste en que cada vez somos más los que estamos hartos del ruido y necesitamos hablar de otra manera. El espectro de los grises en medio de la polarización entre blanco o negro es amplio y se puede abordar. Esto es lo que intentamos hacer desde Iceberg.
8 En este último punto es donde capaz me contradigo con todo lo dicho anteriormente y me voy al carajo. No me quiero hacer el Brian Eno (recomiendo el indispensable 100ideaseno, editado por Mal de Archivo y Planeta X), pero no perdemos nada explorando el pensamiento libre. No voy a gritar, no se preocupen, solo llevaré a cabo un pequeño delirio digresivo: el sábado pasado fui testigo de un show de mi banda favorita que me recordó el valor del ruido en la musica. Escucho un amplio espectro de géneros musicales que disfruto plenamente pero hay algo que me conmueve en lo más íntimo cuando veo a unos tipos con una batería, un bajo y unas guitarras -enchufadas a un número no determinado de pedales de efectos- cabalgar el ruido eléctrico, surfearlo, moldearlo, tragarlo y escupirlo desde lo más recóndito de sus entrañas, para convertirlo en algo parecido a música popular. Conozco el truco del género conocido como noise rock perfectamente desde hace años. Pero cada vez que lo hacen me deja pasmado, se resetea mi capacidad de asombro. Vuelvo a casa en bicicleta con esa electricidad adentro y por un rato me gusta el mundo.
Se me ocurre: capaz que podríamos intentar hacer algo parecido para comunicarnos: moldear ese ruido con el que convivimos, amasarlo y transformarlo en algo distinto que se parezca a una melodía reconocible, pero con algo que nos incomode un poco en el fondo. Como no grabé nada de ese recital -porque ni me acordé que existían los celulares- me despido con este video de unos yankis que perfeccionaron el chiste de jugar con el bullicio eléctrico para sacar música de lo inesperado. Para que entiendan de lo que hablo :) .