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Modo Avión | ¿Democracia muerta?

El politólogo uruguayo Juan Pablo Luna señala el Estado no tiene capacidad para "mover la aguja" en lo social y que el crimen organizado, a pesar de su precariedad, le compite con mayor eficiencia y flexibilidad

 |  Germán de los Santos  |  Modo avión

1 Hace un par de semanas tuve un encuentro con el politólogo uruguayo Juan Pablo Luna, autor del libro ¿Democracia Muerta?, uno de los análisis más profundos sobre este momento actual de desquicio político y social. La situación fue algo rara porque los dos grabamos la charla y nos entrevistamos. Primero arrancó él. Estaba muy interesado en lo que pasa en Rosario con el crimen organizado, el descenso de los índices de homicidios y los reacomodamientos en la geografía narco. Montevideo atraviesa un camino similar al de Rosario. Los asesinatos se encendieron en la capital uruguaya a partir de 2012 con un pico en 2018, pero lo preocupante es la estabilidad de adquirió la violencia.  

Juan Pablo trabaja y estudia desde hace tiempo el avance del crimen organizado, un actor que –según él-, en este contexto de crisis política casi permanente, desafía al Estado desde abajo. Es más eficiente, con una llegada directa tanto a nivel económico como cultural, algo que siempre se desprecia en la mayoría de los análisis académicos. Él dice que las bandas criminales tienen una mayor capacidad de adaptación a los contextos más complicados. “Nuestras democracias habitan un intervalo permanente. Son democracias violentas, desiguales y corruptas; democracias con cada vez menos apoyo ciudadano. Pero, por suerte, también perduran”, señala Luna, que vive en Santiago de Chile, donde es profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica.

Para Luna, los problemas emergentes de la democracia, como el populismo o la polarización, no residen tanto en los liderazgos en los que se suele hacer foco: “Nos preocupamos mucho de los malos y no tanto de los males”, asegura. “Parte de lo que estamos viendo hoy, no solo en América Latina, sino a nivel global, es una perforación del poder de los estados por distintas razones y mecanismos”, expresó. Esa “perforación” ha vuelto a los estados “menos soberanos”, con menor capacidad de “mover la aguja” en la vida de quienes votan en democracia. “Esto viene generando un descontento ciudadano que la política no puede articular vía, por ejemplo, partidos políticos”, apunta.

Luna afirma que, a pesar de su precariedad, en esta parte de América Latina el crimen organizado le compite al Estado con mayor eficiencia y flexibilidad. El Estado, según él, “está en competencia” con otras alternativas que proveen los mercados ilegales. “Por ejemplo, la plata del narcomenudeo empieza a generar un mercado paralelo de préstamos de dinero en los barrios”, explicó, pero también hay mercado de trata sexual y laboral, entre otros, en un contexto en el que en los barrios hay bandas que pujan por el control territorial. Hay otros mercados que generan rentas elevadas y que no provocan violencia. Ahí está la plata grande, como ocurre con el tráfico de drogas por la hidrovía. “No usan la violencia ni el control territorial porque no lo necesitan. Y pagan coimas gigantes para poder funcionar, como ocurre en los puertos”.

2 Juan Pablo descompone además los clises de la clase media progre que se negó durante mucho tiempo a ver lo que pasaba frente a sus ojos, sin ninguna capacidad de reflexión crítica sobre tópicos como el Estado presente, intocable, que fue el incentivo más nítido que tuvo la derecha para deshilachar el rol de lo público. En su libro, cuenta que la Universidad de la República en Uruguay, que en otros tiempos fue un vehículo de inclusión y movilidad social por su acceso gratuito, ha ido “transformándose en un mecanismo que hoy reproduce desigualdades”. Señala que “hay un quiebre de la promesa educativa como mecanismo para la movilidad social de las nuevas generaciones”. “Una razón es la calidad de las escuelas a las que acceden los pobres, que es una piedra de tope fundamental”.  

Luna considera que esas diferencias en el plano educativo generan una segregación también en las geografías de las ciudades, que imponen como resultado un mayor miedo a la diferencia social. “Nos segregamos para distanciarnos del más pobre (eso también se verifica entre los pobres) porque el encuentro entre diferentes nos produce no sólo incomodidad sino directamente miedo. Los hijos de las familias acomodadas conocen y valoran el metro de Nueva York o de Londres, pero no se animan a usar el transporte público de su propia ciudad”.

Cuenta un fenómeno que se dio en Brasil hace más de una década, que es el de los “rolezinhos”. Pibes de la periferia, muchos de ellos beneficiarios de las políticas sociales del PT durante su niñez, nativos digitales, desarrollaron un nuevo pasatiempo que consistía en dar una vuelta por los shoppings más exclusivos. Esa actividad se coordinaba y se difundía por Facebook, y terminó inundando de jóvenes pobres los shoppings más exclusivos. No compraban, sino que paseaban “con su aspiración de consumo a cuestas”.

Los shoppings llegaron a cerrar las puertas durante las fiestas de fin de año para evitar este fenómeno, que terminó con la policía y agentes de seguridad privada convirtiendo el pasatiempo en un movimiento social al reprimirlos. Luna afirma que esto cambió. Ya no es presencial, después de la pandemia, con el comercio online. “Nuestras oligarquías siempre tuvieron su country para segregarse a gusto. Hoy cada uno tiene el propio, a la medida de su bolsillo o de su capacidad de crédito”, advierte.

3 La charla arriba a un punto de confluencia. Los discursos políticos, sobre todo de lo poco que queda de “progresismo”, no logran conmover o generar la atención de los pobres, porque cambiaron. Le hablan a alguien que es otro, que se caga de hambre, pero tiene otras prioridades. Y ahí mella el “tiempo social”. Luna cita a Javier Auyero, uno de los más agudos investigadores de estas tramas, que refiere que, ante la restricción de recursos estatales, la gracia es hacer esperar, evitando simultáneamente el desespero y la desesperanza. “Hacer esperar, tramitando soluciones que demoran en llegar, que siempre deben esperar por una diligencia más, hasta que eventualmente se concretan para unos pocos, constituye un resorte de poder fundamental de los punteros y los operadores políticos”, afirma. Luna delinea que la llegada de Javier Milei al poder “sugiere que la capacidad de hacer esperar a los pobres se redujo masivamente”. Los pobres están divididos, y surgió un sentimiento antiestatal entre aquellos que no tienen un mango, pero no acceden a los magros beneficios de los fondos públicos.


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