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"No hay modelo extractivista sojero sin Rosario"

Coline Chevrin llegó en 2008 a esta “ciudad intermedia" sin saber que se iba a convertir en su objeto de estudio y en el lugar del que habla en primera persona del plural aunque hoy no lo habite. 

 |  Andrés Conti  |  A fondo

Coline Chevrin llegó en 2008 a esta “ciudad intermedia" sin saber que se iba a convertir en su objeto de estudio y en el lugar del que habla en primera persona del plural aunque hoy no lo habite. 

Vuelvo a esta frase escrita en 1973 por el crítico cultural galés Raymond Williams en su libro El Campo y la ciudad cada vez que puedo:El contraste entre campo y ciudad es una de las principales formas en las que nos volvemos conscientes de una parte central de nuestra experiencia y de las crisis de nuestra sociedad”. Nací el año de publicación de ese texto y vivo en Rosario desde entonces, así que no me queda otra que habitar la frontera cultural entre pampa y urbe. Tomo esta cita como una señal y una explicación de mucho de lo que nos pasa, tengo que aceptar mi destino. Distinto es el caso de la francesa (nacida circunstancialmente en Estados Unidos) Coline Chevrin: en 2008 cayó acá en pleno conflicto de la 125, con algunos párrafos sobre Rosario leídos en una guía Lonely Planet y la idea de quedarse por un ciclo lectivo. Al final terminó viviendo nueve años en nuestra ciudad y hoy está haciendo su tesis de doctorado en geografìa en la City University de Nueva York. Su tema de estudio son las transformaciones urbanas producto de la expansión del modelo de explotación sojera y hace un mes ganó una beca Fulbright para avanzar con esta investigación. “En 2008 estaba estudiando ciencia política en Burdeos y tenía 20 años. El segundo año de la carrera era un intercambio. O sea, no hay segundo año, tenés que irte a estudiar a otra facultad dentro de los convenios que hay. Yo decidí que quería irme muy lejos, a un lugar donde no iba a ir si no fuese por esa experiencia. Así que mis opciones eran: número uno Argentina, número dos Japón y número tres Sudáfrica. Me tocó mi primera elección y el convenio era con la UNR”, me explica Coline por Zoom, desde una oficina del Hunter College de Nueva York que se parece bastante a un armario para guardar escobillones y productos de limpieza con amoníaco. “Había visto que me iban a tocar todas las vacaciones de verano y tenía la idea de viajar por América Latina. No hay tradición latinoamericana en mi familia, así que tenía un desconocimiento total de Argentina. Sabía de Maradona y había escuchado hablar del peronismo, ponele”, cuenta. 

 
Coline Chevrin / Foto: Evelyn Sosa

-¿Cómo fue ese primer encuentro con Rosario?

- No me acuerdo exactamente, pero no existía el City Center, la entrada a la ciudad, la terminal, todo era muy distinto a hoy. De ahí fui directo al microcentro, paré en un hostel que todavía existe, La casona de Don Jaime. El centro me pareció lindo. Me acuerdo de estar muy cansada todo el tiempo porque tenía que hacer tanto esfuerzo de comprensión y la gente hablaba rápido. No tardé tanto en acomodarme porque a la semana me fui a vivir a Sarmiento y 27 de Febrero, así que salí del microcentro. Siento que mi recorrido de la ciudad fue muy marcado por esa centralidad, pero no la máxima centralidad. Fue como estar en un barrio e ir a la facultad en otro barrio, y eso me gustaba un montón. Mi primer año fue mucho de ir a los parques de la costa a tomar mate, a estar con amigues. Salíamos mucho también. Se salía toda la noche y se volvía caminando de día.

-¿Cómo fue tu vida antes de llegar a Rosario? ¿Dónde naciste? 

-En Estados Unidos, en Pensilvania, en una ciudad universitaria que se llama State College, que básicamente tiene 100.000 habitantes de los cuales 60.000 son estudiantes. Mis papás estaban estudiando ahí con becas y yo nací muy sobre el final, así que a los seis meses mis viejos terminaron y nos volvimos todos a Francia. Estuvimos viviendo en una ciudad periurbana a una hora de París y de a poquito nos fuimos acercando a París y a mis 12 años vivíamos en los suburbios del este del conurbano.. Después nos mudamos a Normandía, a una ciudad puerto que se llama Le Havre. De ahí ya me fui para hacer mis estudios superiores en Burdeos. 

 -Y después a Rosario. Venías por un tiempo corto y te terminaste quedando mucho más ¿qué pasó ahí?

 -En lo personal, obviamente me enamoré y eso ya impactó mucho en mi decisión. Pero también en lo social y en lo académico fue muy fuerte para mí poder aprender descentrando a Europa y eso que ya era una persona con una propensión muy crítica con la historia oficial europea. Pero fue muy lindo para mí estar inmersa en esta vida de democracia estudiantil súper activa en La Siberia. Me acuerdo haber tomado cursos de historia latinoamericana que amé, y cursos de integración latinoamericana también. Bueno, los cursos de Relaciones Internacionales los amé un poquito menos. En 2008/2009 estábamos en plena época de las nuevas izquierdas latinoamericanas también y acá en todos lados estábamos hablando de la 125, de las AFJP, incipientes discusiones de la ley de Medios. Me voló la cabeza tener esas charlas y de repente tener que volver a mi facu en Francia que se pretendía elitista aunque no lo era tanto, no quise volver a eso. A mí me encantó tomar mates en clase con quien sea, que entre cualquiera a un salón a hablar de política o, no sé, los perros sueltos en la Facu y hacer afiches en los pasillos.

-El período que viviste en Rosario fue de cambios muy fuertes. Llegaste a una ciudad y cuando te fuiste era otra.

-Me pone muy triste porque yo siento que podía salir, que podía caminar, que había formas de estar afuera a la noche, que no sean exclusivamente los festivales organizados por la Muni. No quiero generalizar y decir que esto ya no se puede, pero sí que no se puede de la misma forma. Había una nocturnidad en la ciudad que no hay más. Hay una violencia más evidente en muchas de las interacciones, no todo es nuevo, pero sí que se fue como degradando. Y también está esa metanarrativa, de que todo está mal, y me desespera eso porque no todo está mal. 

-En ese periodo de tiempo se habló mucho sobre todo el tema de la estigmatización de Rosario, como que se exageraba lo que estaba pasando. Después pasó que no era  tan exagerado… 

-No es normal, no es bueno y no está mejorando o no está yendo en la buena dirección. Porque hasta cuando bajan los homicidios, como ahora, es por una extrema política de policía o militarización de la ciudad, que ya sabemos quién paga esto y para quién es deplorable el nivel de vida. Pero también siento que al mismo tiempo la narrativa nos paraliza porque todavía se hacen cosas, hay rincones, intersticios. Y todavía se puede salir a la calle a pesar del miedo que se genera. Por una parte, entonces, tenemos una narrativa que es totalizante o totalizadora, y que no refleja exactamente lo que está pasando. Y a la vez tenemos una realidad que no va mejorando, que refuerza esa narrativa. Me parece que estaría bueno como quebrar esa contradicción y  distanciarse de los discursos de militarización,  que al final no van a aportar en calidad de vida a nadie, ni a las clases medias/altas del centro ni a los sectores  populares y trabajadores de las periferias. 

-Te quedaste a vivir y a trabajar acá y paulatinamente Rosario se empezó a transformar en tu objeto de estudio ¿cuándo tomaste esa decisión? 

-No sé si tomé esta decisión o si la ciudad tomó la decisión por mí.  Cuando yo decido quedarme en Argentina tenía 21 años y mis viejos me dieron un poco como condición que estudiara algo a distancia en Francia por si la cosa no resultaba. Entonces comencé a hacer una maestría a distancia en  investigación desde la geografía sobre políticas territoriales de desarrollo sustentable y terminé estudiando el programa de Agricultura Urbana local. A la par ya estaba haciendo 1.500 changuitas por ahí y por allá,  y una de estas changuitas era dar clases de francés a varias personas de la UNR. Un profe de la facultad de Ciencias Política me puso en contacto con el que iba a volverse mi mentor, Oscar Madoery, y entonces me incorporé al Centro de Estudios en Desarrollo y Territorio de la facultad de Ciencia Política y ellos trabajan las temáticas vinculadas a lo que es desarrollo territorial en Rosario, relaciones del trabajo, economía social y solidaria, cuestiones urbanas y estratégicas y productivas. Entonces bueno, ya estaba. 

- Yendo a la investigación que estás haciendo para tu doctorado, me parece que los que vivimos acá tendemos a pensar que las cosas que nos pasan son únicas o nos suceden solamente a nosotros. Vos que tenés la perspectiva de poder verlo desde otro punto de vista ¿cuáles son esas cosas únicas y cuáles son las que suceden en otras ciudades similares?

- Siempre se puede ver lo universal en lo particular y siempre hay particular en lo universal. Rosario es un gran ejemplo para observar qué le pasa a una ciudad intermedia de Latinoamérica que está totalmente atrapada dentro de cadenas capitalistas y globales y que a la par se manifiestan de una forma que es propia de Rosario, por la misma historia y por las mismas comunidades y grupos de poder que existen en este lugar.  Entonces podemos ver cosas que sí se replican en todos lados: gentrificación del centro, expulsión de las comunidades más vulnerables, precarización de los trabajadores, desigualdades que aumentan. Ahora el cómo se manifiestan acá estas cuestiones es propio de Rosario, con características únicas

-¿Y esas características únicas cuáles serían?

-Rosario tiene una posición única. Es un lugar de cruce del Mercosur, está el puente Rosario-Victoria que nos vincula muy directamente con Uruguay. Estamos conectados con Brasil y con Paraguay, tenemos la hidrovía que nos conecta también con estos territorios. Estamos además en medio de una de las llanuras más productivas del mundo. Tenemos los puertos de dónde sale todo esto y una historia de comercio y contrabando, de gente que va y viene. Y, por si fuera poco, está nuestra posición con respecto a Buenos Aires: cerca, pero sin tener la carga administrativa y de control que tiene la capital. Somos un territorio de ensueño para que todo lo que está sucediendo ahora con la violencia y el narcotráfico pueda tomar raíz y empezar a crecer fuerte. No es casual que sea Rosario si nosotros tenemos el puerto, la hidrovía, los campos y las avionetas. Y encima está el hecho de que éramos una ciudad que era muy industrial y muy de pymes a las que se les pegó fuertísimo en los 90 y en la crisis del 2001.

[N.del R.:  Coline pasó una década de sus 36 años en Rosario, pero habla de ella en primera persona del plural. Por eso sólo ya merecía una nota en Iceberg

 
Foto: Coline Chevrin

-Tu trabajo de investigación de tesis para el doctorado arranca en 2003, con el boom de la soja de la mano de la devaluación. Esto impactó en Rosario muy fuertemente pero, en la siguiente década, el boom de la violencia relacionada al narcotráfico monopolizó la discusión pública e hizo que lo primero quede en segundo plano. ¿Qué relación ves entre los dos fenómenos?

-El modelo productivo sojero en Argentina empieza en los 90 y esto no es casualidad. Es cuando literalmente todos los organismos internacionales se empezaron a preguntar cómo desarrollar una nueva etapa de capitalismo neoliberal en América latina según los modelos del Norte. Ahí también fue cuando impusieron definitivamente la cuestión de la agricultura del monocultivo extremadamente industrializada y química. El hecho es que en Rosario estamos abordando la idea de violencia desde el punto de vista del narco y de arreglos de cuenta entre pibes de barrio. Pero no hablamos  de la violencia de las desigualdades que hay, del nivel de violencia que implica que te desplacen de tu barrio, de que estemos intervenidos por fuerzas de seguridad federales y la policía cada tres años porque hay nuevas olas de violencia. Del nivel de violencia que significa que porque matan a un líder de barra brava de repente no se puede transitar por toda una zona de la ciudad. De que en las discusiones no estamos cuestionando que seamos una de las ciudades con más pobreza o más desigualdades en Argentina. La violencia de que nuestros números de desempleo son altos, de que en una región por donde transita el 80% de los granos de Argentina sigue teniendo una las mayores tasas de indigencia urbana en el país.  Por esta ciudad transita todo el oro verde del país, explicame qué nos queda de eso: edificios semivacíos y ladrillos de merca. 

-Mencionas el tema del boom inmobiliario relacionado a la renta extraordinaria de la soja de principios del 2000. Ya parece naturalizado porque ya ha pasado otras veces que destruyan parte de la ciudad y la vuelvan a construir en tan poco tiempo….

-Rosario es un poco especial en ese sentido. Incluso creo que en Argentina hay otras ciudades donde se permite destruir un poco menos. Un escritor de la ciudad, Agustín González, me habló del libro Biografía de Rosario, de Fausto Hernandez, que tiene una tesis súper interesante sobre Rosario, que nunca fue una ciudad colonial clásica y por lo tanto tenemos más cultura de destrucción creativa con tal de hacer negocios. No es una Córdoba o una Santa Fe y por las mismas razones somos más turbios también. Para volver a la pregunta: no es algo que veamos sólo en Rosario, los modelos extractivistas necesitan de lugares donde el valor que se crea por la extracción de materia prima encuentre mecanismos de absorción y de especulación. El dinero no puede quedar dormido, tiene que construir más riqueza. Entonces en la ciudad se construye con ese fin y no como infraestructura de vida. Por eso yo hablo de que lo urbano es la nueva frontera extractivista. 

-Explicame un poco más ese concepto… 

-El capitalismo necesita reproducirse y siempre va buscando nuevos commodities que pueda extraer. Sabemos que el precio de los commodities suele bajar con el tiempo y entonces se vuelven menos interesantes. Siempre hay algo nuevo que además va vinculado con tecnologías. Con la soja pasó eso, con el petróleo también. Hace dos años que el precio del litio está bajando y aún así invertimos en infraestructura minera masiva, destrozamos al medio ambiente y a las tierras de los pueblos originarios. En Rosario este modelo extractivista o neoextractivista de la soja se ha trasladado a la ciudad para transformarla y reorganizarla, y así permitir que ese excedente de dinero sea invertido. En el modelo extractivista sojero hay una continuidad muy importante entre lo rural y lo urbano. El dinero de la soja no queda en el campo, se traslada territorialmente a lo urbano donde los mismos terratenientes invierten en edificios enteros que después, además, no se alquilan. No tendríamos déficit de vivienda en Rosario si hubiese leyes que limiten o regulen este tipo de inversión. Por eso entiendo que esta ciudad es indispensable para el modelo extractivista sojero. No hay modelo sojero sin Rosario.

-¿De dónde viene el concepto que usas de que Rosario es una “ciudad intermedia¨?

-No es Buenos Aires, no es San Pablo, no es Bogotá, no es la ciudad central, ¿verdad? Ni siquiera es una Córdoba, es otra cosa. Cuando digo intermedia es que tiene un rol central en la economía, que es el de no ser la ciudad central. Es la ciudad puerto donde transitan ciertas materias, ciertos flujos de dinero también. Hasta en términos de tamaño no es la ciudad central. Yo lo lamento, pero Buenos Aires nunca va a ser tan violenta como Rosario por la sencilla razón de que hay más distancia entre lugares de extremos, hay menos polarización entre una minoría muy rica y una mayoría muy pobre. La clase media está más precarizada y estos sectores coexisten en un territorio mucho menos extendido que Buenos Aires. En Rosario tenemos un lugar como Puerto Norte apenas a unos kilómetros de barrios muy vulnerados, que son los que padecen más la violencia. Pienso mucho que es bastante irónico que siempre Rosario haya aspirado a ser la Barcelona argentina, cuando es mucho más la Medellín argentina. Y lo digo en términos de esperanza: Medellín resolvió algunos de sus problemas que incluso eran más graves que los de nuestra ciudad,  así que capaz deberíamos fijarnos en eso y no en las grandes capitales y aspiraciones del Norte.

 
Foto: Coline Chevrin

-En tu tesis abordás ejemplos de resistencia a estos modelos que se imponen en distintas partes del mundo ¿por qué elegiste hacer eso? 

-Uso a veces la palabra resistencia, pero hay que tomarla con pinzas.  Porque lo que hace la gente es vivir su vida de la forma más digna y más esperanzadora que encuentran, y no necesariamente lo articulan como una lucha o una resistencia a algo. Realmente es resistir a la precarización permanente, a la violencia institucional, a la violencia muy real y concreta que se vive en estos territorios. Estoy trabajando hace 10 años en una zona del barrio Itatí que está al sur de las vías, donde se organiza un club social y deportivo. Hay algo muy valioso en observar como una micro iniciativa de conformación de un club puede aportar mucho al barrio desde lo social, lo económico como espacio de contención,  pero también en cuanto a lo urbanístico: desde este lugar se concentran las demandas al municipio. También trabajo con la comunidad Qom en Rouillon, y ahí hay muchos espacios también que están intentando armar las cosas desde un lugar un poco distinto. Ahí está una de las experiencias de economía popular más grandes la ciudad, que es la Feria del Tanque. Es increíble, hay de todo y hay gente que viene literalmente de todas partes. Gran parte de los rosarinos no tiene el menor interés en saber que existe esto en los barrios, porque se ajustan a esa narrativa de que todo es violencia, todo es narco. Obvio, esto no es suficiente para nada y tampoco deberíamos glorificarlo por el hecho de que nace porque la gente básicamente no tiene ningún tipo de ingreso ni ningún tipo de derecho garantizado. Pero hay espacios en esta ciudad que responden a otras lógicas que no sé si queremos que sean replicables, pero sí que existan y que se visibilicen.  El tercer caso que investigo es la multisectorial que se formó para enfrentar los incendios en las islas del Paraná. Me parece que de nuevo estamos viendo como el avance del modelo extractivista impacta en la ciudad y esta vez desde el mismo aire que respiramos. 

 
Foto: Coline Chevrin

-Hace un tiempo empezaste a incorporar la fotografía como parte de tu investigación ¿por qué?

-Nace de una un problema mío con lo académico y sus formatos, que desgraciadamente siguen absolutamente inaccesibles a una gran mayoría de personas. Tanto por cómo escribimos y por dónde escribimos. De la manera que hacemos circular la información que generamos también es super extractivista. Uno va al barrio, hace la entrevista, se toma el tiempo de la gente, gasta energías. Deja más preguntas y más preocupaciones y es muy poco el aporte que uno puede hacer porque una tesis no cambia las políticas públicas. Entonces empecé a preguntarme cómo traduzco este trabajo a un formato más accesible para más personas. Y justo apareció la fotografía en mi vida y empecé a documentar todos estos procesos. Mi esperanza es que con fotos y con mapeos alternativos con las comunidades, con metodologías un poco más visuales, de ahí pueda salir algún tipo de formato más accesible, que tenga un poco más de impacto porque no tengo ninguna ilusión sobre el impacto que puede tener una tesis de doctorado que la va a leer mi comité de evaluación. Con fotos se puede organizar una muestra y capaz que no cambia nada. Pero por lo menos hay algo que vuelve a la comunidad.

 
Foto: Coline Chevrin

Esta última respuesta de Coline me deja pensando y me hace sentir un poco eurocentrista por arrancar la entrevista con una cita de un galés. Así que, para compensar, va esta reflexión de Javier Martinez sobre lo difìcil que se hace vivir en la ciudad, entre humo y soledad, que no se puede respirar.