Modo avión | El periodista y los muertos
Las dudas y la incertidumbre afloran. Cómo es el vínculo con alguien que sabe que lo van a matar. Las verdades flexibles de una nueva generación de criminales
Las dudas y la incertidumbre afloran. Cómo es el vínculo con alguien que sabe que lo van a matar. Las verdades flexibles de una nueva generación de criminales
Uno de los últimos Modo Avión del año es áspero. Así fue este 2024. No esperen que aflore el espíritu navideño en las líneas que van a leer. Se enfoca en las dudas y no tanto en las certezas. Es un rasgo fundacional de Iceberg, que gracias a los lectores fieles logró consolidarse en este año bravo, con un periodismo artesanal que cuenta historias y busca exponer ideas, en una ciudad en la que los medios parecen deshilachados, sin mirada crítica.
“Los muertos y el periodista” es uno de los mejores libros periodísticos que leí. Lo escribió Óscar Martínez, salvadoreño, jefe de redacción de El Faro, un periódico que fue pionero en su edición digital. A lo largo de más de 20 años publicaron historias del submundo criminal con una profundidad y una elegancia, que lograron demarcar una nueva mirada del género periodístico.
No hacían periodismo policial, aunque se tratara, en muchos casos, de crímenes. Ese libro publicado por Alfaguara, que Martínez me contó que escribió en la pandemia, se transformó inmediatamente en un texto indispensable. Óscar dice que la metáfora se construye en el terreno, en la calle, en una charla cara a cara. No en una oficina ni una redacción. Pero aclara que siempre hay que tener en cuenta que se debe usar la sagacidad de un trabajo intelectual. Óscar exhibe en este libro las dudas que flotan, cuando los protagonistas saben que su destino será la muerte. “Martínez plantea la valentía como vehículo, pero no una valentía estúpida y hollywoodense, más bien la valentía de dudar”, escribe el periodista mexicano Pablo Ferri.
“Si aquella noche del domingo 16 de abril de 2017 yo no hubiera aparecido en el cantón Santa Teresa, quizá Herber no habría sido asesinado a machetazos en la cara; quizá Wito no habría sido decapitado; quizá Jesica no habría tenido que huir. A Rudi, a ese sí, creo que lo habrían matado de cualquier forma”, escribe Óscar en el primer párrafo de Los muertos y el Periodista. A Rudi, un niño de unos 13 años, lo buscaba una facción de la mara Barrio 18 y la policía. Había sido el único sobreviviente de una masacre perpetrada por las fuerzas de seguridad salvadoreñas, que Óscar investigó durante seis años.
Los criminales generan fascinación. No es algo nuevo. No es necesario hacer un repaso histórico, que es bastante obvio. Quizá por eso, muchas veces el periodismo trastabilla al exacerbar un aire romántico cuando se topa con estos personajes oscuros que seducen con sus historias, que están cargadas de mentiras.
La base del periodismo son las fuentes, aunque durante los últimos años se haya desfigurado este esqueleto. Eso hace que el periodismo sea un oficio muy simple que trata temas complejos. Las fuentes siempre tienen intereses, como el periodista. Ese rasgo provoca que el entrevistado quiera contar algo, que muchas veces es mentira. La habilidad del que escucha pasa por poner un contexto sólido para que esas supuestas “verdades” se desvanezcan.
Así ocurrió con Andrés Bracamonte, el ex líder de la barra de Rosario Central asesinado el 9 de noviembre. Cómo ocurrió en El Salvador con Rudi, la fuente de Óscar Martínez, Pillín sospechaba que iba a morir. Eso fue lo que lo movió a hablar con un periodista, que es la garantía de que una conversación trascenderá. Y quizá lo que dijo en esas charlas en un bar del centro eran una mentira para poder salvar su vida.
Es extraño estar en el medio, por la atracción del personaje, que probablemente también ensaye verdades. Casi nada es literal. Y las dudas afloran, como señala Óscar Martínez. Si no aparecieran seríamos cínicos. La muerte anula el off the récord, que también pierde sentido. Bracamonte dijo que quienes lo buscaban para matarlo eran Matías Gazzani y Lisandro Contreras, y la banda de Los Menores, un grupo criminal del barrio 7 de Setiembre.
Tres semanas después, los que Pillín menciona como sus asesinos se contactan conmigo. Todos quieren aferrarse a su “versión”. La charla es en un bar de la zona sur. El que habla, Lisandro Contreras, no está físicamente presente. Lo “busca” y no lo encuentra la policía desde marzo. Sus allegados llevan un teléfono que apoyan en el centro de la mesa y de ahí salen otros borbotones de verdades flexibles. Una semana después, a Contreras lo detienen en un country en Nordelta, en una casa que había pagado 25 mil dólares por adelanto de alquiler. Creía que iba a estar más tiempo de lo previsto frente al lago artificial del country.
El celular en la mesa del bar parece una especie de oráculo al que todos miramos sin razón, porque de ahí solo sale la voz de un prófugo. Su amigo, de pelo castaño, ojos claros, que porta gruesas cadenas doradas en el cuello y en la muñeca, explica que está “desaparecido” desde hace cuatro años.
El que lo perseguía era Guille Cantero. El Estado lo buscaba desde marzo pasado, pero llamativamente nunca lo podían detener. Contreras le tenía más temor al líder de Los Monos que al propio Estado.
Como Bracamonte tres semanas antes, cuando se disgustó porque había publicado que se había injertado pelo, Contreras se encarga de aclarar que él no es “Limón” como publican los medios. Ese apodo se lo puso la policía, algo que pasa de manera frecuente en el mundo criminal. La sorpresa aparece sin razón. Gente pesada, del hampa, que se interese por esas pavadas. Pienso en eso. Es lo único que les aporta humanidad a estas personas. Es probable que eso sea la única verdad que los mostrará como personas de carne y hueso.
Aunque los homicidios bajaron un 64 por ciento en Rosario en los últimos diez meses, según datos del Observatorio de Seguridad Pública, la muerte sigue siendo el factor que modela el mundo criminal. Ese rasgo no cambió a lo largo de la última década y media. Y es lo que generó que el principal problema social de la ciudad fuera la violencia extrema.
Contreras y sus amigos exhiben que pertenecen a una nueva generación de narcos de Rosario, que operaba bajo la superficie desde hace un tiempo. Jóvenes de clase media, algunos de ellos educados en colegios privados, que tienen una visión más mercantil del negocio criminal, más desapasionada, pero pragmática, con inversiones en distintos rubros en la economía en blanco. ¿Alguien modeló la aparición de esta nueva generación? A lo largo de la historia reciente, la policía ayudó a moldear cada grupo criminal, tanto por acción como por omisión, como se cristalizó en los juicios contra Los Monos y Alvarado, entre otros.
Es posible que en este nuevo esquema que empieza a revelarse en Rosario, con esta nueva generación de narcos como actores protagónicos, los crímenes sigan en baja, porque los intereses en el dominio del territorio empezaron a cambiar. Es un nuevo modelo de negocios, en el que la muerte seguirá siendo “vital”, pero ya no en la base de la pirámide sino arriba.
Las armas perfilan el nuevo escenario. El 30 de noviembre, a dos miembros de la barra de Rosario Central los balearon con fusiles AR-15, armamento de origen norteamericano que es similar a las famosas Kalashnicov. Fue la misma arma que se usó para atacar a Donald Trump en la campaña electoral en Estados Unidos.
No fue casual el uso de este armamento en el barrio La Tablada a fines de noviembre. Al hacerlo “visible” mostraron el nuevo poder de las balas, de una etapa distinta. Nada augura un futuro mejor.