Modo Avión | La mirada de Lina y un cargamento misterioso
Bienvenidos a Modo Avión, el newsletter donde repasamos el estado de situación de Iceberg y adelantamos los temas de nuestro próximo artículo
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1. Es algo incómodo escribir de esta manera, pero no hay remedio. La idea de Iceberg es encender la mecha de la reflexión, tanto de los autores como de los lectores. Es lo que hicieron antes Andrés Conti y Ezequiel Clerici, con las entregas de Modo Avión. A mí me cuesta más que a ellos escribir en este tono autorreferencial, pero no hay opción de esquivarlo. Iceberg tiene actualmente 622 suscriptores, la mayoría de los cuales se sumaron cuando pusimos online este proyecto. No es poco, pero es necesario ponerse metas, aunque después no se cumplan, y la nuestra es llegar a 1000 en un mes. El desafío es áspero. No nos carcome la ansiedad, pero es imprescindible seguir creciendo, por lo que necesitamos que los suscriptores que tenemos hoy nos ayuden con el llamado “boca en boca” a multiplicar la llegada de Iceberg. Creemos que es lo que mejor funciona para un medio artesanal de estas características. Algo muy bueno que provocó Iceberg es la interacción con los lectores, que muestran interés en las historias que publicamos. También sería bueno que propusieran algunos tópicos para que tratemos en un futuro. Además, queremos agradecer a quienes se tomaron el tiempo para completar la encuesta que nos permite saber cuáles son las necesidades de nuestro público.
2. La primera nota que publicamos fue sobre cómo se gestó una investigación periodística sobre el juez federal Marcelo Bailaque, que compartía su contador –Gabriel Mizzau- con el narco Esteban Alvarado, que estaba siendo investigado en ese juzgado. Contamos además que el hijo del contador, Sebastián Mizzau, trabajó hasta hace unos meses en ese juzgado y luego fue trasladado al Tribunal Oral Federal Nº3. Esta historia no termina acá. En Iceberg vamos a publicar un segundo capítulo que resulta increíble. No adelantamos mucho, por ahora, pero tiene que ver con un premio, más que con una reprimenda.
A partir de esta publicación se presentó una denuncia en la justicia federal impulsada por la diputada Leonella Cattalini. La senadora nacional Carolina Losada pidió al Consejo de la Magistratura que incorpore esta información y la analice como prueba en el marco del trámite disciplinario en ese organismo. Ya declararon varios funcionarios judiciales y Bailaque hizo un descargo, con argumentos que tienen cierta lógica. Porque al magistrado le achacan haber rechazado ordenar varias escuchas telefónicas en 2013, cuando la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) comenzaba a investigarlo. Alvarado fue procesado seis años después. En ese lapso su fortuna engordó y se produjeron decenas de crímenes en su entorno mafioso. Bailaque admite que denegó parte de esas intervenciones telefónicas, pero que el fiscal nunca apeló esa medida. El juego amenaza abrirse.
3. Esta semana vamos a contar una historia misteriosa que en parte se desarrolla durante la pandemia, cuando la ciudad estaba desierta, en las islas frente a Rosario. En un vuelo rasante, una avioneta arroja una bolsa verde y blanca que cae en un paraje que se llama El Chaparro. Al otro día, un puestero encuentra el “tesoro”: 29 kilos de cocaína de máxima pureza. Pero la droga no es lo que importa, sino el sello que tienen los paquetes. En la crónica se van a enterar. El caso queda en el olvido en medio de la pandemia, cuando la justicia funcionaba por Zoom, y lo reflota hace poco más de un mes, de casualidad, un periodista norteamericano. La isla esconde estas historias extrañas, como la que encarna también un exdirigente ruralista de Diamante que usa el humedal para acopiar droga que viene por el río, a través de la hidrovía. Historias que se trenzan en un paisaje maravilloso, que a pesar de la cercanía sigue siendo inhóspito.
4. Para terminar traigo una autora que fue la primera mujer que ejerció el trabajo de cronista en este escenario hace más de 150 años. Se trata de Lina Beck-Bernard. A simple vista, la historia de esta mujer que llegó a Santa Fe en 1862 no tiene nada que ver con los cargamentos de cocaína. Esa droga no se esnifaba todavía ni tampoco navegaba por el río. Lina fue la primera que se puso a mirar con otros ojos esta región tan particular. Viajó hasta Santa Fe con su marido desde Alsacia. Charles Beck, que era suizo, tenía una compañía de inmigrantes para instalar en la zona del centro-norte santafesino las primeras colonias agrícolas. Ella parecía una espectadora, una simple acompañante, pero a través de las crónicas que comenzó a escribir en un altillo de su casa, frente a lo que hoy es la plaza 25 de Mayo en Santa Fe, cristalizó algunas historias que absorbía desde esa terraza calurosa. Desde lo alto lograba meterse en los patios de las casas, en el reverso de la vida doméstica, que estaban habitados por mujeres, en su mayoría criollas e indias.
Lina llegó a Santa Fe en una goleta que navegó lenta por el río Paraná desde Buenos Aires, donde empezó a acercarse a ese paisaje del Litoral, en el que un siglo después pondría su ojo el poeta entrerriano Juan L. Ortíz con esa lírica profunda, para decir que ese río tenía orillas de “soledades tímidas”. Y luego uno de sus discípulos, Juan José Saer, advertirá que “ese río, a pesar de su desmesura, con profusión de recodos y acontecimientos, es más vasto e inabordable que el universo entero”.
Lina trató de descifrar los pliegues de ese universo que repartió en su mirada, que dejó de tener ese rasgo de viajera para transformarse en cronista. Observó a los mocovíes, reducidos en San Javier, un pueblo del norte de Santa Fe, siempre a punto de rebelarse por la vida inhumana que llevaban. Y las indias que trabajaban de sirvientas en las casas de las mujeres blancas. La cronista intentó ver más allá, zambullirse también en esas zonas grises de un país en gestación, donde la iglesia tenía más poder concentrado que esa nación dividida, en permanente gestación.
Años después, en Europa, Lina publicó el libro y se dedicó a investigar sobre la vida de las mujeres en las cárceles de Francia y Suiza. Las crónicas que escribió se perdieron en la desmemoria hasta 1935, cuando el historiador santafesino Juan Busaniche editó ese libro. Pero decidió no traducir algunas partes incómodas para la iglesia y recién en 2013 el texto que escribió Lina en 1862 fue traducido íntegramente, en una edición maravillosa en conjunto entre la UNL y la Universidad de Entre Ríos. Ciento cincuenta años después logramos leer sin censura la obra de una cronista sin ínfulas ni pretensiones que logró, como dice Claudio Magris, hacer un viaje sin retorno. Porque viajar no quiere decir solamente ir del otro lado de la frontera, sino descubrir que se está del otro lado.