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Cultura

Paulina Scheitlin: “Aprendí a dejar que las cosas se vayan”

2.070 palabras sobre las imágenes de una fotógrafa que saca un montón de fotos en las que Rosario parece una ciudad con mejor humor. 

 |  Andrés Conti  |  A fondo

2.070 palabras sobre las imágenes de una fotógrafa que saca un montón de fotos en las que Rosario parece una ciudad con mejor humor. 

Me da miedo saber la cantidad de cuentas de instagram que administra Paulina Scheitlin (Rosario, 1979). Los mensajes sin responder de su whatsapp le darían ansiedad hasta a un monje tibetano. Fue imposible sentarla una hora para hacerle unas preguntas, la tuve que perseguir por días. Por suerte para mí -por desgracia para ella- un domingo a la tarde tuvo unas líneas de fiebre y ahí logré que respondiera ocho preguntas por audio y sacar adelante este newsletter. 

Paulina es fotógrafa tiempo completo, full time, 24/7, o como corno se diga ahora. Por eso, el párrafo anterior es absolutamente necesario para entender al personaje. Haciendo un cálculo conservador, el 80 por ciento de las fotos que saca tienen que ver con Rosario directamente; del 20 por ciento que quedan, un 10 se relaciona con la ciudad indirectamente y el 10 restante capaz que no. Y estamos hablando de un volumen importante de imágenes en formatos varios. 

Me cuesta mucho imaginarme a Paulina antes de ser fotógrafa. “Era otra persona”, me dijo una vez. “Hay una versión oficial y otra extraoficial de por qué me hice fotógrafa”, aclara. Desconozco cuál de las dos versiones es, pero la que yo sé es la siguiente: se compró una cámara porque le gustaba un chico que daba un taller de fotos. Logró conquistarlo y no sacó más fotos hasta que conoció a otro muchacho que le rompió el corazón y la vida. Como no paraba de llorar, no dormía y daba vueltas por la ciudad triste y sola, se puso a sacar las fotos que finalmente salieron publicadas, años después, en su primer libro. 

 
El centro / Paulina Scheitlin

Estamos hablando de El centro (EMR, 2012), un objeto bellísimo que cada vez que veo me pone la piel de gallina. Si la belleza es, como creo, algo pensado, diseñado y construído para el final de los tiempos, esto es un ejemplo: la típica nostalgia de años mejores que no vivimos y que quién sabe si alguna vez existieron. “Con respecto a la cuestión de la nostalgia, viéndolo ahora, más de diez años después, creo que pasa un poco por mi etapa analógica. La técnica en sí le da ese aura, con planos muy desenfocados, con focos muy finos y una película que en esa época usaba -Fuji Superia- que le da ese tono verdoso. Después, no es que salía a la calle a buscar lugares detenidos en el tiempo, no de manera consciente. Iba caminando bastante errante por la ciudad y había algo que me atraía, alguna paleta de color o algún detalle en una vidriera y me acercaba y fotografiaba. No fui muy consciente de todo ese proceso, pero terminé sin querer registrando negocios del centro que la mayoría ya no están. Eran como la última respiración de los 60 o 70 que quedaba en la ciudad. Hoy de esos negocios casi no queda ninguno”, explica Paulina. 

Cual psicoanalista muy pero muy barato, indago en la infancia para entender esa melancolía y le pregunto cuales son sus primeros recuerdos de Rosario. “Tengo tres recuerdos muy vívidos y casualmente (N. del R: ¨casualmente¨) son de locales que me hubiese gustado fotografiar, pero cerraron. El primero es acompañar a mi viejo a la cafetería Berkel, que estaba en 3 de Febrero y Mitre, si no me equivoco. Ahora hay una agencia de motos. Todas las semanas mi viejo compraba café molido colombiano y me acuerdo de las máquinas para moler café, las cafeteras y una gran mesada donde atendían. Me gustaba sentir ese olor y la bolsa de papel con el logo que sigue siendo el mismo: un cafetero con la taza en la mano. El segundo es la pizzerìa Vía Appia, que nunca fotografíe antes de que la reformaran. Pedíamos para llevar y, mientras esperábamos, mi viejo tomaba un liso. Le daban los pedacitos de pizza de los bordes con queso sobre ese mostrador de chapas celeste. Los mozos iban y venían, todo tenía un ritmo muy frenético. El tercero es el bar americano Panambí, que estaba frente al Palace Garden. Ahora hay un local de Archie Reiton. Era una barra en un espacio súper chiquito. Te tiraban café y había una máquina de helados italiana que hacía unos candys increíbles, nunca más probé algo así en mi vida. El dueño era igual a Alfonsín”. Paulina responde a la indagatoria y empezamos a entender todo. 

Los primeros pasos en la fotografía, entonces, arrancaron de manera autodidacta, junto a la carrera de Comunicación Social. Circunstancialmente Paulina empezó a trabajar en una agencia de publicidad y ahí aprendió ciertas cuestiones técnicas Luego, hizo fotos de recitales para una productora de espectáculos y también colaboró en el suplemento de agro de La Capital. Su laburo actual es llevar adelante el archivo de fotos históricas del Museo Marc, así como la reproducción de obra y de objetos. Igual, faltaría algo clave en esta historia si no escribimos sobre lo que heredó Paulina de su papá, Walter: un inmenso archivo de fotos que Scheitlin padre acumuló a lo largo de su vida con imágenes familiares y cotidianas de su Arias natal y de Rosario. La historia completa de esta sucesión simbólica y tangible la cuenta Andrea Ostera en su reciente libro Declaración de Afecto. Estamos hablando de 250 negativos de 120mm en blanco y negro, 1.800 negativos de 35 mm en blanco y negro, 2.500 diapositivas y negativos de 35mm en color sin contabilizar. El 90% de todo esto está copiado en papel, arranca en 1955 y termina en 2000. Todo en un estado de conservación muy bueno. 

Estos datos tan precisos están disponibles gracias al proyecto que generó esta herencia. “A veces, los archivos fotográficos son documentos cuya importancia trasciende el valor afectivo que tienen para cada familia. Las fotos muestran lugares, situaciones, formas de vestir, objetos típicos, comportamientos frecuentes, un valioso material para entender nuestra historia, nuestra idiosincrasia. Las fotos son documentos de cultura. Archivo Amateur se propone rescatar y poner en circulación archivos fotográficos domésticos —tan relevantes como desconocidos—de Rosario y la región mediante la creación de una red de fondos fotográficos particulares”, dice la web de Camarada, el colectivo de fotógrafas integrado por Paulina, Andrea, María Crosetti, Cecilia Lenardón y Gabriela Muzzio. Además de Archivo Amateur, la otra iniciativa que tienen las camaradas es Pequeña Biblioteca, un catálogo de libros de fotografía editados en Rosario y la región. Según la dramática definición de Paulina, este grupo de fotógrafas y amigas es “el rincón de afecto que nos salva de la noche”.

 
La foto de los lunes / Paulina Scheitlin

La incontinencia fotográfica de Paulina Scheitlin tiene muchas otras caras que se pueden ver en internet: “Nunca fui de trabajar con proyectos, de pensar una idea previamente y salir a ejecutarla, siempre he ido haciendo y en ese haciendo se empieza a armar como un conjunto de imágenes que empiezan a decir algo o a hablar y y termina sucediendo”. El caso más emblemático de este proceso es La foto de los lunes (2016): de repente una cuenta de facebook tomó una forma que terminó siendo 500 fotografías y un libro .

Pero hay más:

-un instagram colectivo de fotos de calle San Luis: @igercallesanluis

-otra cuenta de sus fotos en los colectivos de Rosario:@transporte.publico.ar

-otra más con sus fotos analógicas: @hoja.de.contacto

-en su cuenta personal, @paulina.scheitlin, comenzó hace poco una serie de retratos a artistas que admira: “Soy consciente de que quiero retratar artistas, pero no tengo muy en claro a quienes. Más bien va sucediendo que voy por Rosario y encuentro algún lugar y pienso en alguien. Son artistas que simplemente quiero o admiro mucho, que de alguna manera u otra sus trabajos me han afectado positivamente y me han nutrido. Y además es una excusa para conversar, reírnos, sacarnos una foto y pensar un rato en otra cosa”.

 
Retrato de Pablo Boffelli / Paulina Scheitlin

Como si el tiempo entre estas actividades y ser mamá de Camilo se estirara, Scheitlin además es galerista: Subsuelo queda en Balcarce 238 y lo comparte con sus socios, los Danis (Andrino y Pagano). Pasa que Paulina disfruta mucho del arte. La cara de feliz cumpleaños de cuando saca una foto que le gusta es exactamente igual a la que le nace cuando ve una obra de una o un colega que le llama la atención. No tiene filtro para la admiración y eso está buenísimo en un ambiente que, a veces, suele ser mezquino entre pares. En fin, resulta que el año pasado, en una muestra colectiva en su galería, eligió exponer una gigantografìa de esta foto: 

 
Rosario era bella / Paulina Scheitlin

Le pido explicaciones y arranca: “Era una muestra curada por Francisco Medail que se llamó 'El regusto de la aventura', con cinco fotógrafas y fotógrafos de la ciudad, con distintas miradas. Como no tenía muy claro que mostrar, me acordé de ese graffiti que está hace un montón en el Centro de Ingenieros, sobre calle Laprida pegado a la sede de Gimnasia y Esgrima. Me acordé de esa frase porque creo que dice muchísimas cosas de todo lo que estuvo sucediendo en estos últimos 20 años. Como concepto me pareció muy fuerte. El edificio donde está justo es el Centro de Ingenieros y ese mármol es el mismo del Monumento a la Bandera y del museo donde yo trabajo. Hice muchos links ahí, así que se me ocurrió sacarle una foto. Traté de averiguar quién es el autor o la autora y lo conseguí: primero no me quisieron dar el nombre porque prefería tener bajo perfil”. 

-¿Qué te generan esos cambios que sucedieron en Rosario en las últimas décadas?

-Sinceramente hoy me generan 5 minutos de consternación y después se me pasa. Tuve una época que me indignaba, de cómo puede ser que nadie se interese por preservar o cuidar tal negocio o que vengan y remodelen y saquen todo. Ya eso lo entendí: tiene que ver con un proceso de esta ciudad. Después de discutir con muchos amigos y amigas arquitectos, ingenieros y artistas, cada uno desde su punto de vista me han aportado cosas muy interesantes. Hace muy poquito, charlando con una amiga (Analía Solomonoff), me dice esta cosa de que tenemos una ciudad sin arraigo, hecha por inmigrantes. Lo más lógico es que las cosas se vayan destruyendo y apareciendo nuevas. Capaz que nuestra identidad tenga que ver con esa transformación continua. ¿Cuál fue el pasado glorioso que uno quiere recordar? ¿El de los 60, el de los 30 o el de finales de 1800? Me pasa en mi trabajo en el archivo fotográfico del Marc que vivo permanentemente viendo fotos de la ciudad de finales de 1800 y casi no hay nada de eso, y bueno, capaz que es es el proceso natural de esta ciudad. Entonces, aprendí a dejar que las cosas se vayan. Lo que me queda es una cuota de indignación de que no haya habido políticas públicas de protección del patrimonio, eso sí.

-Te manifestaste públicamente ante la decisión del municipio de hacer caer el concurso de pintura de los silos Davis después de los inconvenientes para que se pudiera implementar la propuesta ganadora. ¿Qué te impulsó a hacerlo?

-Con un grupo bastante diverso de artistas y galeristas decidimos hacer una publicación sobre eso. No suelo pronunciarme sobre estos temas en redes pero la verdad que me preocupó y sentí la necesidad de hacerlo porque creo que esto sienta un precedente muy peligroso. Si es que algo salió mal se podría dar de baja al proyecto ganador y llamar a un nuevo concurso o tomar alguno de los otros que quedaron como menciones en el mismo. Poner a dedo un proyecto que se le ocurre a una empresa privada me hace pensar que el concurso no va a volver a suceder nunca más y eso es muy triste porque era algo de lo que estábamos orgullosos y que la comunidad artística siempre esperaba. Así que me parece que hay que seguir insistiendo para que esto no se materialice porque sería otra pérdida más en el ámbito de la cultura de la ciudad.

 
Autorretrato / Paulina Scheitlin